Muchas veces, decidir hacer algo distinto puede marcar una gran diferencia en un determinado momento o en nuestra vida en general.
A la semana de haber nacido mi segundo hijo tuvo que ser internado. Cuando lo dejé en manos de las enfermeras sentí que mi corazón se partía a la mitad. Hacía solo unos días que había nacido y yo me sentía fatal no solo física sino anímica y emocionalmente. Me miraba al espejo y veía a una mujer cansada, triste y desahuciada. Claro que no era para menos, motivos me sobraban para estar así pero algo que pasó me hizo dar cuenta que si seguía en mi rol de víctima (diciéndome a mi misma frases como: pobre de mí, como sufro, no es justo, por qué a mi?) no me sentiría mejor sino todo lo contrario.
Lo que sucedió fué que tenía que dejar a mi hijo allí aunque podía entrar las veces que quisiera para estar con él y alimentarlo y en uno de esos momentos llegó una mujer en mi misma situación (o sea con su niño también internado) pero la diferencia conmigo es que se veía hermosa.
Sentí una cierta envidia (o envidia a secas para ser sincera), un sentimiento horrible pero que me estaba queriendo decir algo y, enseguida, comenzó mi diálogo interno. A al sentirme una víctima de las circunstancias lo primero que pensé fue que en una situación así era muy egoísta verse bien, ¿qué clase de madre podía perder tiempo en arreglarse?.
Entonces como toda víctima justifiqué mi descuido diciéndome que yo era mejor porque con mi apariencia demostraba mi sufrimiento. Fíjate todo lo que me ocasionó esto, como me engañaba yo misma y todos los pensamientos que aparecían en mi cabeza.
Pero como necesito analizar lo que me sucede cuando algo no me agrada, me puse a pensar y desmenucé mis emociones y ahí me di cuenta que yo también podía sentirme mejor, que era mi elección y que no iba a ser mejor o peor por intentar sentirme bien aún en un momento tan doloroso. Me vestí mejor, me arreglé el cabello y me perfumé. Esto que parece una frivolidad me causó un impacto muy positivo.
Al verme mejor me sentía un poco mejor y mi estado de ánimo me ayudó a enfrentar el momento con otra actitud.
Obviamente el dolor seguía dentro de mi, eso no cambió, pero lo que si se modificó fue la nueva energía que esto me produjo y que trajo aparejado otros cambios.
A los pocos días internaron a una niña en un estado muy crítico, todos pronosticaban un desenlace espantoso.
Pero acá es donde mi energía ayudó en una forma inesperada.
Como ya no me sentía una pobre madre que sufría mucho (dejé de sentirme una víctima) pude ver a mi alrededor que otra madre estaba viviendo un memento muy angustiante (la mamá de esta nena internada) y me arrimé a ella.
Fue muy gratificante y contenedor este encuentro porque al hablar y saber que las dos estábamos muy doloridas pudimos ayudarnos. Una contenía a la otra y nos brindábamos fuerza y esperanza (que no era poca cosa en esa situación).
Ella me enseño que nunca hay que darse por vencido, que pese a lo que estuviese ocurriendo no había que dar todo por perdido y que la actitud ante la vida marca una gran diferencia.
Con esto quiero decirte que muchas veces un pequeño cambio obra milagros.
En mi caso fue sentirme mejor cuando me miraba al espejo pero cada una debe buscar qué será aquello que la haga sentir mejor aunque todo a su alrededor parezca derrumbarse…
Vamos, anímate a cambiar, a mejorar o hacer algo distinto. Te sorprenderás cómo una cosa trae la otra y sin darte cuenta te sentirás mejor y cuando esto sucede, algo cambia!!!